[Capítulo I: El derrumbe de la Argentina] Condenados a la Decadencia
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Condenados a la Decadencia
Jose Luis Espert, 23 de Diciembre del 2002
Argentina está en la peor crisis de toda su historia, pero no se trata de una crisis cíclica. Hay una idea de país que no va más. Persistir en ella, sólo nos traerá más pobreza e indigencia. Los ejemplos a imitar son Chile, Australia, Nueva Zelanda, Irlanda. Ese es el camino. Sin embargo, entre lo que hace el gobierno de Duhalde y los consensos que hay en la sociedad, pareciera que al menos en el corto plazo, vamos a hacer lo opuesto a lo que hacen los países capitalistas exitosos.
Chile en los últimos 20 años ha acumulado un crecimiento del PIB real por habitante del 136% y recientemente a cerrado un acuerdo con los EEUU para entrar al ALCA. Es cierto que las reformas de mercado que en Chile provocaron estos buenos resultados comenzaron bajo la dictadura Pinochetista pero, para desgracia de nuestra izquierda autóctona, los gobiernos democráticos continuaron (con pequeños desvíos) por la misma senda del capitalismo competitivo. Similar camino han seguido desde hace décadas Irlanda, Australia y Nueva Zelanda que hoy tiene PIBs reales per capita por la menos 8 veces superiores al nuestro.
La gran diferencia entre nuestro país y estos otros es el tipo de capitalismo adoptado. En ellos el Estado es mínimo, dedicado a la atención de los pobres, los indigentes, la salud básica, la educación básica, la diplomacia, la justicia y la seguridad, para que el sector privado compita en el mundo con una economía bien abierta sin atraso cambiario. En Argentina estamos enfermos de un capitalismo corporativo, que desea un Estado-socio del sector privado (ejemplo: la pesificación como prenda de la ”alianza” de Duhalde con la producción), ineficiente y corrupto, sistema que abrazamos desde hace más de 70 años mezclado con el populismo político del “alpargatas sí, libros no”.
La consecuencia es que las funciones básicas del Estado fallan de manera grosera: la salud pública para los indigentes no existe (a tal punto que hay chicos que se mueren de hambre), la educación básica está en manos de los “trabajadores educativos” de Marta Maffei, los diplomáticos-políticos pueden mostrar como gran “antecedente” lealtad al presidente de turno por haber sido compañeros de la secundaria. La justicia no existe y en materia de seguridad estamos cada vez más indefensos.
En nuestro país, este capitalismo “trucho” ha tenido dos variantes a lo largo de los últimos 70 años. Uno (supuestamente bien) “globalizado”, que ha sido apoyado por gran parte (no todos) de nuestros liberales: sus rasgos centrales fueron atrasar el tipo de cambio para estabilizar la tasa de inflación y endeudamientos externos extravagantes para reactivar la economía. La Tablita de Martínez de Hoz y el fallido experimento de la Convertibilidad en la última década son dos claros ejemplos de ello. Las dos experiencias terminaron en un desastre. La otra variante es una versión más “nacionalista” del capitalismo “trucho”, encarnada por el modelo autárquico de Perón, al que en su momento adhirieron el “vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer en 1983 y al que hoy adhiere el “Plan Fénix” que propone en esencia una gigantesca redistribución de ingresos, gravando a tasas exorbitantes a la renta, con retenciones a las exportaciones, defaulteando la deuda para “usar” esos ingresos a favor de los pobres y re-estatizar el sistema de jubilaciones y pensiones. No podemos olvidar que todas las experiencias de un capitalismo autárquico con un estado distribucionista e intervencionista también terminaron en grandes desastres hiperinflacionarios (el 76 y el 89 son los ejemplos más cercanos).
En la peor crisis económica y social de nuestra historia, la tentación de redistribuir ingresos desde los que más tienen hacia los de menores recursos es muy alta. El problema es que no es posible. Ya hemos expropiado los ahorros con el default y la pesificación, hemos congelado las tarifas y reimpuesto derechos de exportación y sin embargo estamos peor que en Diciembre del 2001 en materia distributiva. El punto es que los límites para cualquier política distributiva son escasísimos en nuestro país. No es posible gravar diferencialmente a los que más tienen, pues se llevan su capital o emigran. Así los impuestos siempre los terminan pagando los de abajo, con bajos salarios o desempleo. Tampoco es posible con procesos migratorios que nos dejan sin lo mejor de nuestro capital humano y nos traen pobreza de países limítrofes.
Por otro lado, cualquier política distributiva a través del gasto requeriría un Estado a la europea. Estamos a años luz de eso. Salvo honrosas excepciones, el sector público carece de un servicio civil meritocrático y honesto, hecho que no podrá revertirse por muchos años, aún si empezamos a corregirlo seriamente hoy. El distribucionismo, al igual que el endeudamiento imprudente, es una vía utópica para el crecimiento. Los aparentes beneficios de corto plazo, si es que existen, tienen costos descomunales de descapitalización en el mediano plazo. Sólo creceremos sostenidamente cautivando al capital (para lo cual hay que respetar derechos de propiedad y tener impuestos moderados), teniendo un capitalismo competitivo y un sector público austero y equilibrado. La solidaridad social tendría que ser la excepción, no la regla que mata la gallina de los huevos de oro de la iniciativa privada sana, no corporativa, no prebendaria.
Esta idea del distribucionismo se complementa con otras que cada vez tienen más rating político como la de la libre circulación de personas en el Mercosur, el Parlamento Común del Mercosur, la moneda única del Mercosur, la pelea en común contra la globalización y detrás de esta alianza geopolítica, toda la artillería estatista y nacionalista. O sea, pretenden que seamos parte de una gran nación latinoamericana...llena de pobres. Para colmo de males, frente al peso relativo de Brasil, no nos quedaría otro rol que el del socio minoritario a merced del control brasileño.
La verdadera alternativa es mantener nuestra identidad política e integrarnos inteligentemente al mundo. Las experiencias que fracasaron deben ser ejemplo de lo que hay que cambiar. El ejemplo exitoso de otros países comparables debe ser el modelo a seguir. Un ejemplo es el chileno, país relativamente pequeño que ha fortalecido su identidad política con un auténtico capitalismo competitivo abierto al comercio internacional, con disciplina financiera y prudencia fiscal. Pero lamentablemente, luego que el estrepitoso fracaso de la convertibilidad fuera precedido por una década de apoyo incondicional por nuestro establishment, por el FMI, por casi todo el mundo financiero internacional y por gran parte de nuestros liberales, la supuesta “razón” ha quedado del lado de quienes proponen encerrarnos y “vivir con lo nuestro”, con un Estado fuerte para expropiar y redistribuir. Los “monstruos” que creíamos definitivamente muertos, han resucitado como el ave Fénix…..
En la película “Sexto Sentido” Bruce Willis se salva milagrosamente de un terrible accidente ferroviario y descubre tener poderes sobrenaturales para distinguir el bien del mal. La crisis fue nuestro accidente, pero lejos de demostrar poderes sobrenaturales, parecemos atrapados en una “indigencia cultural” que nos lleva a diagnósticos totalmente equivocados. Si como sociedad no adquirimos la capacidad de distinguir el bien del mal, estaremos condenados a la decadencia hasta que aprendamos a fuerza de nuevos fracasos….
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Posted by Alberdi & Urquiza to Capítulo I: El derrumbe de la Argentina at 9/24/2003 08:21:00 PM
Condenados a la Decadencia
Jose Luis Espert, 23 de Diciembre del 2002
Argentina está en la peor crisis de toda su historia, pero no se trata de una crisis cíclica. Hay una idea de país que no va más. Persistir en ella, sólo nos traerá más pobreza e indigencia. Los ejemplos a imitar son Chile, Australia, Nueva Zelanda, Irlanda. Ese es el camino. Sin embargo, entre lo que hace el gobierno de Duhalde y los consensos que hay en la sociedad, pareciera que al menos en el corto plazo, vamos a hacer lo opuesto a lo que hacen los países capitalistas exitosos.
Chile en los últimos 20 años ha acumulado un crecimiento del PIB real por habitante del 136% y recientemente a cerrado un acuerdo con los EEUU para entrar al ALCA. Es cierto que las reformas de mercado que en Chile provocaron estos buenos resultados comenzaron bajo la dictadura Pinochetista pero, para desgracia de nuestra izquierda autóctona, los gobiernos democráticos continuaron (con pequeños desvíos) por la misma senda del capitalismo competitivo. Similar camino han seguido desde hace décadas Irlanda, Australia y Nueva Zelanda que hoy tiene PIBs reales per capita por la menos 8 veces superiores al nuestro.
La gran diferencia entre nuestro país y estos otros es el tipo de capitalismo adoptado. En ellos el Estado es mínimo, dedicado a la atención de los pobres, los indigentes, la salud básica, la educación básica, la diplomacia, la justicia y la seguridad, para que el sector privado compita en el mundo con una economía bien abierta sin atraso cambiario. En Argentina estamos enfermos de un capitalismo corporativo, que desea un Estado-socio del sector privado (ejemplo: la pesificación como prenda de la ”alianza” de Duhalde con la producción), ineficiente y corrupto, sistema que abrazamos desde hace más de 70 años mezclado con el populismo político del “alpargatas sí, libros no”.
La consecuencia es que las funciones básicas del Estado fallan de manera grosera: la salud pública para los indigentes no existe (a tal punto que hay chicos que se mueren de hambre), la educación básica está en manos de los “trabajadores educativos” de Marta Maffei, los diplomáticos-políticos pueden mostrar como gran “antecedente” lealtad al presidente de turno por haber sido compañeros de la secundaria. La justicia no existe y en materia de seguridad estamos cada vez más indefensos.
En nuestro país, este capitalismo “trucho” ha tenido dos variantes a lo largo de los últimos 70 años. Uno (supuestamente bien) “globalizado”, que ha sido apoyado por gran parte (no todos) de nuestros liberales: sus rasgos centrales fueron atrasar el tipo de cambio para estabilizar la tasa de inflación y endeudamientos externos extravagantes para reactivar la economía. La Tablita de Martínez de Hoz y el fallido experimento de la Convertibilidad en la última década son dos claros ejemplos de ello. Las dos experiencias terminaron en un desastre. La otra variante es una versión más “nacionalista” del capitalismo “trucho”, encarnada por el modelo autárquico de Perón, al que en su momento adhirieron el “vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer en 1983 y al que hoy adhiere el “Plan Fénix” que propone en esencia una gigantesca redistribución de ingresos, gravando a tasas exorbitantes a la renta, con retenciones a las exportaciones, defaulteando la deuda para “usar” esos ingresos a favor de los pobres y re-estatizar el sistema de jubilaciones y pensiones. No podemos olvidar que todas las experiencias de un capitalismo autárquico con un estado distribucionista e intervencionista también terminaron en grandes desastres hiperinflacionarios (el 76 y el 89 son los ejemplos más cercanos).
En la peor crisis económica y social de nuestra historia, la tentación de redistribuir ingresos desde los que más tienen hacia los de menores recursos es muy alta. El problema es que no es posible. Ya hemos expropiado los ahorros con el default y la pesificación, hemos congelado las tarifas y reimpuesto derechos de exportación y sin embargo estamos peor que en Diciembre del 2001 en materia distributiva. El punto es que los límites para cualquier política distributiva son escasísimos en nuestro país. No es posible gravar diferencialmente a los que más tienen, pues se llevan su capital o emigran. Así los impuestos siempre los terminan pagando los de abajo, con bajos salarios o desempleo. Tampoco es posible con procesos migratorios que nos dejan sin lo mejor de nuestro capital humano y nos traen pobreza de países limítrofes.
Por otro lado, cualquier política distributiva a través del gasto requeriría un Estado a la europea. Estamos a años luz de eso. Salvo honrosas excepciones, el sector público carece de un servicio civil meritocrático y honesto, hecho que no podrá revertirse por muchos años, aún si empezamos a corregirlo seriamente hoy. El distribucionismo, al igual que el endeudamiento imprudente, es una vía utópica para el crecimiento. Los aparentes beneficios de corto plazo, si es que existen, tienen costos descomunales de descapitalización en el mediano plazo. Sólo creceremos sostenidamente cautivando al capital (para lo cual hay que respetar derechos de propiedad y tener impuestos moderados), teniendo un capitalismo competitivo y un sector público austero y equilibrado. La solidaridad social tendría que ser la excepción, no la regla que mata la gallina de los huevos de oro de la iniciativa privada sana, no corporativa, no prebendaria.
Esta idea del distribucionismo se complementa con otras que cada vez tienen más rating político como la de la libre circulación de personas en el Mercosur, el Parlamento Común del Mercosur, la moneda única del Mercosur, la pelea en común contra la globalización y detrás de esta alianza geopolítica, toda la artillería estatista y nacionalista. O sea, pretenden que seamos parte de una gran nación latinoamericana...llena de pobres. Para colmo de males, frente al peso relativo de Brasil, no nos quedaría otro rol que el del socio minoritario a merced del control brasileño.
La verdadera alternativa es mantener nuestra identidad política e integrarnos inteligentemente al mundo. Las experiencias que fracasaron deben ser ejemplo de lo que hay que cambiar. El ejemplo exitoso de otros países comparables debe ser el modelo a seguir. Un ejemplo es el chileno, país relativamente pequeño que ha fortalecido su identidad política con un auténtico capitalismo competitivo abierto al comercio internacional, con disciplina financiera y prudencia fiscal. Pero lamentablemente, luego que el estrepitoso fracaso de la convertibilidad fuera precedido por una década de apoyo incondicional por nuestro establishment, por el FMI, por casi todo el mundo financiero internacional y por gran parte de nuestros liberales, la supuesta “razón” ha quedado del lado de quienes proponen encerrarnos y “vivir con lo nuestro”, con un Estado fuerte para expropiar y redistribuir. Los “monstruos” que creíamos definitivamente muertos, han resucitado como el ave Fénix…..
En la película “Sexto Sentido” Bruce Willis se salva milagrosamente de un terrible accidente ferroviario y descubre tener poderes sobrenaturales para distinguir el bien del mal. La crisis fue nuestro accidente, pero lejos de demostrar poderes sobrenaturales, parecemos atrapados en una “indigencia cultural” que nos lleva a diagnósticos totalmente equivocados. Si como sociedad no adquirimos la capacidad de distinguir el bien del mal, estaremos condenados a la decadencia hasta que aprendamos a fuerza de nuevos fracasos….
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Posted by Alberdi & Urquiza to Capítulo I: El derrumbe de la Argentina at 9/24/2003 08:21:00 PM
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